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sábado, 16 de marzo de 2013

HABEMUS PAPAM


Mi colaboración para ASCEGA (escrita el 9 de marzo de 2013)




A las 16:30 h del martes 12 de marzo dará comienzo el cónclave que deberá decidir quién gobierna la iglesia católica en el futuro próximo.

Para muchos católicos la persona elegida les resultará indiferente, al cabo de unos días la aceptarán como cabeza de su organización y se olvidarán del pasado que haya tenido.

Es la aceptación de un liderazgo inherente a la esencia del cargo: una vez que hayas sido elegido Papa ya eres la persona adecuada.

Esta forma de liderazgo es la que se creen nuestros políticos que pueden ostentar por el simple hecho de haber ganado unas elecciones. ¡Qué lejos están de la realidad!  

Tendrán el poder pero han perdido su autoridad. El poder te lo otorga el cargo pero sólo puedes estar investido de autoridad cuando los que te siguen (o los que gobiernas) te respetan y consideran que sabes a dónde vas.

En España, el destino de nuestros gobernantes es únicamente ‘permanecer’. Permanecer en la política o sus adyacentes, extraer rentas de aquella y malinterpretar los versos de Góngora “Ándeme yo caliente y ríase la gente”  

Hecha la crítica (aprovechando acontecimientos vaticanos presentes) se impone un cambio de tercio en este artículo. O casi.
  
Los que hemos tenido la suerte de contemplar los frescos que Miguel Ángel pintó hace más de 500 años en la Capilla Sixtina, indefectiblemente, tras forzar nuestro cuello al máximo o incluso tras adoptar la postura decúbito supino en el centro de dicha capilla (con el riesgo de que nos pisoteen o de que nos boten), hemos detenido nuestra mirada en ‘La creación de Adán’ y, con un poco más de esfuerzo visual, en el maravilloso y evocador detalle que nos ofrecen las manos de Adán y de Dios, quizá a punto de tocarse o quizá después de haberlo hecho.

No sé exactamente lo que Miguel Ángel quiso representar con este apunte pictórico ínfimo respecto a la magnificencia de toda la obra, pero le agradezco que me permita utilizarlo como metáfora para crear mi propia teoría sobre la necesidad de transmitir a otros lo poco o mucho que algunos hemos aprendido de la vida.    

Dejando a un lado cuestiones bíblicas, quizá Dios fue un día Adán  y éste tendrá que ser algún día Dios. Está claro que es el dedo índice de Dios quién parece estirarse al máximo para transmitir el conocimiento, pero también parece que la mano laxa de Adán no favorece la recepción de esa enseñanza.

Es la vida, tú quieres compartir algo que para ti es crucial y, sin embargo, aquél que debe recibir tu experiencia o sabiduría no muestra la actitud adecuada para ello, incluso su lenguaje no verbal nos devuelve una figura displicente, alguien que nos está queriendo decir que le importa muy poco eso que estamos intentando transmitirle.

En el mundo empresarial sucede lo mismo, la autosuficiencia del emprendedor hace muy difícil que además de oírte te escuche. Si es joven, por la inconsciencia que otorga creer que se tiene toda la vida por delante, y si es mayor, por la importante dificultad para desaprender y dejar espacio a nuevos enfoques  “Hay otros mundos pero están en éste” dijo el poeta Paul Éluard.     

Creo básico el esfuerzo de ‘predicar’ aunque sea en ‘el desierto’, y mucho más en los tiempos que corren en España donde no podemos permitirnos errores empresariales, sobre todo aquellos que podrían evitarse si hacemos ver a los que deciden iniciar una pequeña-gran aventura de negocio por dónde no deberían ir.

Alertémosles sobre los ‘cantos de sirena’ de nuestros gobernantes y sospechemos cuando esos mismos gobernantes se travistan de adalides del emprendimiento. No nos dejemos engañar jamás por el anestésico halo de los cargos que ostenten, tupido velo que esconde su nula o mediocre experiencia en temas relacionados con los autónomos y las pequeñas y medianas empresas.
  
“Los caminos del Señor son inescrutables” pensó el hasta ahora Cardenal mientras recibía los abrazos y felicitaciones de sus colegas. Y su mente se trasladó muy lejos de ese momento y de ese lugar, a la pequeña parroquia de barrio en donde aprendió que lo importante son los ‘muchos pocos’ y que más vale pelear para que muchos pequeños alcancen sus objetivos que favorecer el que sólo unos pocos grandes cumplan los suyos.

Y volviendo al presente se prometió a sí mismo que no sólo no olvidaría esta lección, sino que haría todo lo posible para llevarla a cabo.

Pidió a todos los presentes que le permitiesen estar un momento a solas en la capilla donde había tenido lugar la votación y, una vez que todas las puertas se cerraron, con cierta indecisión se dirigió al centro de la misma, se agachó, apoyó las manos sobre la tarima de madera que habían puesto para esa ocasión tan especial y se arrodilló, a continuación, dejó que el resto de su cuerpo fuese lentamente al encuentro de ese mismo suelo.

Yacente miró hacia arriba y, en voz apenas audible, rezó. Buscaba una señal, algo que le diese las fuerzas necesarias para acometer con éxito tamaña empresa. Al cabo, mientras todavía oraba, sus ojos se dieron cuenta de que algo había cambiado en la escena pictórica que le había tenido fascinado toda su vida: el dedo índice de la mano izquierda de Adán se había estirado y tocaba, por fin, el dedo de Dios. La señal había sido dada.

Se incorporó con cuidado, se arregló el hábito y, sonriendo, salió de la Capilla Sixtina mientras, a lo lejos, le pareció oír como el protodiácono, ante lo que parecía el murmullo de una gran multitud congregada en la explanada de San Pedro, leía con una voz profunda pero muy emocionada:                  

Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”

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