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martes, 16 de abril de 2013

LA MUJER MUERTA



La Mujer Muerta es una alineación montañosa perteneciente a la Sierra de Guadarrama que formando un destacado cordal, y vista desde la llanura segoviana, toma la aparente forma de una mujer tumbada, dormida o muerta, cubierta por un velo y con los brazos entrecruzados.

Quizá uno de los lugares desde donde se la puede observar con mayor nitidez es la primera planta del inacabado Palacio Real de Riofrío, situado a tan sólo 11 kilómetros del mucho más conocido Palacio Real de La Granja de San Ildefonso. Un palacio, el de Riofrío, rodeado de un bosque increíble, antiguo coto de caza, con una extensión de 625 hectáreas, cercado con tapia de piedra y poblado, entre otras muchas especies, por cientos de gamos y ciervos.

La historia de este palacio, y el motivo de traerla hoy a este artículo es, sin duda, por representar perfectamente la metáfora del despilfarro al que, desde tiempos inmemoriales en España, nos tienen acostumbrados nuestros gobernantes.

Siendo rey Fernando VI, y estando en esos momentos la corte de manera casi permanente en La Granja de San Ildefonso, con tal de quitársela de encima, permitió que su madrastra, la reina madre Isabel de Farnesio, construyese otro palacio a poco más de 10 kilómetros  y sin reparar en gastos.
  
Ella, en previsión de que a su hijo Carlos que, en aquel momento, era rey de Nápoles y Sicilia, no le quedase patrimonio significativo en España, veía la construcción de un palacio que superase incluso al de La Granja en magnificencia como la forma más obvia de defender los intereses de su primogénito ante su medio hermano el rey Fernando. Por eso las obras se inician en 1751 y siguen un ritmo frenético durante los siguientes siete años hasta que el palacio alcanza casi el mismo aspecto que tiene hoy en día.

Lo que la reina madre no imaginaba (aunque no lo sintió en absoluto) es que Fernando VI iba a morir en 1759 y que su hijo regresaría de inmediato de Italia para ser coronado como sucesor de la corona con el nombre de Carlos III de Borbón.  En ese momento el palacio ya no le hace falta y, en ese mismo instante, las obras de Riofrío se paran y, casi 300 años después, podemos visitar lo que algunos llaman “el capricho de una reina” tal y como ella lo dejó.

Lo que nadie cuenta de esta historia es qué les pasó a los artesanos, obreros y comerciantes que proveían al nuevo palacio de todo lo necesario para su construcción y acondicionamiento ¿llegaron a cobrar del nuevo rey lo que se les adeudaba en el momento en que las obras se pararon? ¿tuvieron la capacidad de reclamar a la corona sin sufrir represalias?    

Teniendo en cuenta que Carlos III  se verá obligado, pocos años más tarde, a lanzar la que podríamos definir como la primera emisión de deuda pública española para sufragar los enormes gastos de las guerras que mantenía la corona, que crearía el Banco de San Carlos (el germen de nuestro actual Banco de España) y que haría nacer la Lotería Nacional, me da la sensación de que los del palacio de Riofrío no lo tuvieron nada fácil para cobrar.

Y todo lo anterior pasaba durante el reinado de, para muchos, el mejor rey Borbón que hemos tenido en España, ni me quiero imaginar lo que hubiera pasado en otros tiempos como por ejemplo en los de su nieto el Rey Felón.

La Historia nos persigue y parece que, en este país, no lograremos desprendernos nunca del fatalismo que suponen unos gobernantes que sólo se dedican a preocuparse por sí mismos y por su ‘corte’.       

Con apenas unas leves reformas que se han ido haciendo a lo largo de los años, al Palacio Real de Riofrío se logra darle uso como ‘pabellón’ de caza, como alojamiento puntual del rey consorte Francisco de Asís y, durante dos meses de verano, como lugar elegido por el rey Alfonso XII para llorar a su esposa María de las Mercedes. También fue ocupado en el pasado siglo por el ejército e, incluso, por la Sección Femenina, hasta que Patrimonio Nacional lo convierte en museo, destacando la parte dedicada a Museo de la Caza, sin duda uno de los mejores del mundo, con unos dioramas espectaculares que muestran especies que muchos taxidermistas de hoy jamás soñarían tener entre sus manos como el águila real o el lince ibérico.
  
Les recomiendo encarecidamente una visita a Riofrío y les recuerdo que no deberían dejar pasar la oportunidad de ver, desde alguna de las enormes ventanas del primer piso, la estampa de esa mujer yacente, metáfora de una España que, para unos parece muerta y que otros todavía pensamos que sólo está profundamente dormida, esperando el ‘beso’ que la devuelva a la vida. 

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