Hace unos días, antes de que
WhatsApp pasase a formar parte de Facebook, circulaba por ambas redes un texto
que nos avisaba de que vivíamos en momentos extraños. Nos decía que, en España,
“la clase trabajadora no tiene trabajo, la clase media no tiene medios y la
clase alta no tiene clase”.
Ironías aparte, esta referencia a
las clases sociales nos trae a la memoria a Guy Standing y a su libro “El
precariado”, un neologismo que explica muy bien la fragmentación social que se
ha dado en España en los últimos siete años de crisis, donde la polarización de
la sociedad se ha impuesto definitivamente, dejando en un lado a las
plutocracias y oligarquías tradicionales que representan menos del 10% de la
población y, en el otro, al más del 90% de los ciudadanos que han visto
esfumarse sus ahorros, su protección social y su futuro laboral y que se han
tenido que instalar en unas circunstancias de ‘normalidad’ que algunos han
definido incluso como “miseria digital”.
Ya no importa tanto el origen o
el nivel de formación de las personas, en España confluyen en esa nueva clase
social obreros sin cualificación y licenciados universitarios, autónomos y
trabajadores de multinacionales, artistas y funcionarios, hombres y mujeres,
jóvenes sin experiencia y mayores de cincuenta con una larga y exitosa
trayectoria laboral a sus espaldas. Es un batiburrillo difícil de clasificar,
un grupo tan heterogéneo que ni siquiera muchos de sus miembros son conscientes
de que pertenecen a esta ‘emergente’ clase social.
A todos les une, sin embargo, la
imposibilidad de salir de este averno con techo de cristal blindado que los de
‘arriba’ se encargan cada día de reforzar un poquito más con el fin de que no
haya filtraciones hacia sus dominios.
Pero es sin duda, la
imposibilidad de reponer los pocos recursos de los que van echando mano para
sobrevivir (ahorros, patrimonio, amigos, ilusión), el recorte inverosímil de
gastos familiares hasta extremos de economía de posguerra y, por último, su
inmersión obligada en la fosa abisal de la morosidad lo que, de verdad, les
une.
Es absurdo seguir negándote a ti
mismo que estás con todos nosotros en el precariado. Cuanto antes lo asumas
antes podremos organizarnos para intentar ayudarnos a vivir en él sin renunciar
a convertirlo en algo mejor, e incluso a experimentar con fórmulas que puedan
quebrar el vidrio laminado de seguridad transparente que nos aisla, mientras
nos permite verla, de esa otra vida: la ‘supervida’.
Si tus gastos son los mínimos
posibles y aún así no puedes pagarlos, si tus ingresos son claramente
insuficientes para garantizarte una edad de jubilación o para pagar el techo
donde has de vivir, desengáñate, eres un precario.
“Con escasa estabilidad,
seguridad o duración, que carece de los recursos y medios económicos
suficientes” Así te define el diccionario.
Ahora bien, si además tienes un
pequeño negocio y estás intentando sobrevivir de él, entonces, enhorabuena, ya
eres EMPRECARIO, el súmmum del precariado.
Como EMPRECARIO, de forma
silenciosa, imperceptible, el virus de la precariedad se habrá ido instalando
en ti, como la vejez, inexorable pero de ataque pausado y constante, haciéndote
creer que a ti no te llegará a afectar nunca ya que, piensas, “sólo tengo que
mirar un poco más lejos en mi horizonte vital para alejarla, total ahora se
muere con más de 100” .
Pasará, vendrán tiempos mejores,
sólo hay que ser optimistas y ‘apretarse los machos’ ahora. Pasará (gritas),
seguro que pasará.
¿Y si fuese esa la clave? Pasar,
en el sentido más anglosajón de dejar de estar en este mundo. Muchos EMPRECARIOS
pensamos que es peor la muerte a plazos que el accidente fatal donde ya no es
posible enviar mensajes de despedida pero la liberación es automática.
Somos EMPRECARIOS, subclase de un
precariado, aferrados a una existencia entre marcas blancas y recuerdos de lo
que un día nos pareció el triunfo merecido por tanto esfuerzo. Y tú eres uno de
los nuestros porque no hay otro lugar en esta sociedad dual totalmente
desequilibrada donde puedas esconderte.
Cuando preguntes a otro autónomo
o pequeño empresario ¿Qué tal? y te responda con un lacónico –Tirando- habrás
descubierto nuestra contraseña, nuestra palabra clave: tirando, vivimos, de una
pesada carga que no nos deja avanzar, creer que otros tiempos volverán.
¡Jamás! Nunca volveremos a ser
los mismos, deberemos aprender a querer esa imagen difusa todavía que el espejo
nos devuelve cada mañana y que nos muestra levemente en lo que llegaremos a
convertirnos.
Sí, es verdad, fuimos
emprendedores, más tarde empresarios, pero ahora nos han transformado en
EMPRECARIOS, por eso te hago esta pregunta para saber si ya eres de los
nuestros:
Y tú ¿también vas tirando?
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