Metáfora de nuestras carreteras
en cualquier puente: algunos pueden circular a una velocidad adecuada, otros
van como ‘motos’ rozando la ilegalidad y, la mayoría, estamos ‘atascados’.
La situación económica general es
igual para todos sólo que a unos les ha cogido en la carretera correcta y con
el coche lleno de gasolina y a los más sin pasar la ITV , con el chivato de la
reserva tocando las narices y en una infame vía en obras en la que sólo tienes
dos opciones, parar en el arcén o aborregarte pensando que sería mucho peor
estar parado.
Pero la economía en España parece
que se ‘pone dura’, que fluye por ella la sangre como nunca (la que nos chupan
a los españolitos) y la hace crecer y levantarse cada día más.
Tan excitada está nuestra
economía, nos dicen, que nos va a eyacular encima en cualquier momento.
Sin embargo la España real parece decirle
a nuestros jóvenes cual reencarnación de Lola Flores “Si me queréis, ¡irse!”
Será que esta juventud no ha
descubierto la esencia del sadomasoquismo, ¡con el gustito que da!
Ahora que están de moda los romances (que dirían los portugueses)
con tramas aterciopeladas de castigo consentido, España azota a sus ciudadanos
con falacias sobre recuperación y crecimiento.
Los españoles, que no son tontos,
perdón, vuelvo a empezar: los españoles que no son tontos, cada vez que reciben
un latigazo en forma de subida del recibo de la luz, de copago sanitario, de
salarios miserables, o cualquier precariedad del estilo, gritan, intentan
rebelarse, desatarse de este estado de malestar en el que se ha convertido el
país en el que viven.
Pero, para su desgracia, no se
acuerdan de la palabra de seguridad, esa que es imprescindible para detener el
placer cuando se convierte en sufrimiento. Quizá nunca hubo tal palabra, quizá
nos la dijeron pero no le dimos importancia, quizá… Ya da igual, los azotes
están dejando de tener gracia.
Sombras, eso es lo único que
vemos tras la promesa de que en lugar muy, muy arriba existe un sol de
recuperación económica que, necesariamente, pensamos, debe ser quién las genere
al chocar con nuestros cuerpos estigmatizados por cientos de laceraciones mal
curadas tras años de castigo consentido.
Cincuenta sombras, todas y cada
una proyectadas hacia un suelo donde, como buenos sumisos, nos obligan a
dirigir la mirada, un suelo lleno de mierda que los que manejan el látigo
económico no ven ni huelen.
Cincuenta sombras ¿de qué? si la
mayoría somos entes transparentes para la recuperación económica, futuros
desechos tributarios cuando nos hayan exprimido la última gota de dignidad,
inservibles hasta para el bondage más
abyecto.
Cincuenta sombras ¿de qué? si
cuando nos demos cuenta la única silueta que proyectaremos algunos será del
mismo grosor que la vara usada para darnos ‘gusto’.
Esclavos puede, imbéciles jamás.
Sabemos que en la negrura de la precariedad, del no futuro, de la miseria, no
caben las sombras, por eso aunque el fingido orgasmo económico retumbe sobre
nuestras cabezas, nos parecerá estar oyendo el doméstico restallar del látigo
que nos arranca a jirones la esperanza de volver a ver la luz y, junto a ella,
nuestra verdadera sombra.